Me peino el flequillo, parezco una de las chicas de la tapa de Para hacer el amor en los parques. Me faltan los anteojos de sol gigantes. Y haber vivido en los sesenta. Sigo leyendo La Voluntad. Frente a mí, alguien lee una biografía de Rodolfo Walsh. Mientras otros cantan Silvio Rodríguez y alguien mira Gaviotas Blindadas.
Como enamorados de tiempos no vividos.
Dos salen a compar el pan. Saludan a los vecinos temporarios. La chica del supermercado se ríe de los porteños que se la quieren levantar preguntándole por la agenda de H.I.J.O.S. que está a la venta, en este lugar tan raro. Vuelven por la Av. San Martín, por un camino de tierra y piedritas que se les meten en las zapatillas. Los antoejos de pasta vuelven empolvados.
Y cuando nos reúnamos en el patio, antes del TEG, lo de siempre.
Galimberti o Gorrarián Merlo. El Mayo francés o el diecisiete de octubre. Y Cortázar. La poesía como arma. ¿Y la música?
Y de vuelta, el amor a lo infactible. Respondiendo a simbologías ajenas. Haciéndolas carne. Rosas blindadas de recuerdos construídos con vidas que vivieron otros.
Hasta que un día, como en toda relación, querramos concretar nuestros deseos. ¿Cuánto cederá el platonismo?