24.8.09

Facebook sabe demasiado

No importa qué test haga, ni siquiera importa si es uno del horóscopo donde solo tengo que poner un rango de fechas entre las cuales está la de mi nacimiento, siempre, sine qua non, me dice lo mismo.
Creo que Facebook sabe demasiado...

18.8.09

A.P.

Volver a leer a Pizarnik. Sin llorar. Sin haber llorado. Incluso, casi riéndome.
Aprender a leer con Pizarnik para querer ser ella. Soñar con lilas y soles que se cierran sobre sí mismos y sus sentidos. (Tu voz en este no poder salirse de las cosas) ver caer las piedras turquesas de un collar africano al rededor de la fuente sobre la que está sentada la niña, vestida de negro. La condesa loca la mira desde lo alto del cerro. Y se ríe. Abre la boca y se ríe y llora.
Temerle a ese momento inevitable de la ruptura en el que me abrazo a las obras completas de Pizarnik edición Corregidor, 1991. Me hago una bolita, con las piernas contra el pecho, en una posición fetal perfecta. Las vértebras despegándose unas de otras. Quedarme dormida y despertar empapada de llanto. Salada. Café en bombacha y musculosa en la cocina y Alejandra en la mano. Recordándome que se puede morir de presencias.
Y el subte lleno de gente y resignificar y encontrar un punto de unión entre Alejandra, años 60s en París y Oliverio, años 40s en Flores. Y un celular que no suena. Y una noche que no terminar de irse ni de llegar. Querer esconderme en el lenguaje. A total conciencia de que la lengua natal.
Terminé yo solita lo que nunca había empezado.
Café en bombacha naranja y muscolosa violeta en la cocina, Alejandra mirándome. Una vez más.















(...) apaga el furor de mi cuerpo elemental

A.P.

1.8.09

Enriqueta y la espiral

La espiral dialéctica persigue a Enriqueta a lo largo de su día. Se va agrandando como una sombra o una bola de nieve. Le come la cabeza de a poco: primero le nubla la vista, después va haciendo que le baje la presión, hasta que logra que tenga que sentarse, agarrarse la cabeza y gritar qué he hecho yo para merecer esto. Porque es cierto que la historia se repite primero como tragedia y después como farse. Y es cierto que la mejor manera de explicar los tres momentos del esquema de Dri es una espiral que va a creciendo sin negar lo anterior. No menos cierto es que Enriqueta siente no haber crecido ni un poquito desde la última vez que se vio a sí misma sentada en ese sillón, pensando que si no existiera Almodóvar o Higsmith o Julio, claro.
Y entonces los paraguas, entonces los pinguinos turquesas en bañaderas en París en los 60s y Trelew.
Una vez más, Enriqueta queda perpleja frente a la realidad inverosímil y la necesidad de gritar hasta que se rompan los vidrios y entonces, en ese preciso momento en el cual se empieza a agrietarla ventana que da a la calle, se va a apagar el grito desesperado, va a sonar su celular, se va a bañar y su vida a seguir como siempre debió. Sin paraguas ni parques ni París ni tapias que saltar.