27.4.09

Crónica de una baba anunciada

Supongamos que una chica trabaja en una agencia de publicidad. Que tiene 21 años, que estudia, que duerme poco, que es activista lesbofeminsita.
Supongamos ahora, que la activista tiene un compañero de trabajo, evidentemente varón, mucho más grande que ella.
Imaginemos, ahora este escenario: lunes, 10:38am. Nuestra protagonista-la activista lee un periódico de suma importancia para su vida y formación políticas y toma su segundo café mientras revisa el sitio de ad-latina en busca de laguna nueva publicidad que se le haya pasado, como esa maravillosa de Renault sobre la construcción de la femeneidad y la masculinidad.
Suena el timbre. Levanta el teléfono, pregunta quién es y se escucha del otro lado del auricular: "Soy Luis". La cara de nuestra protagonista -a quien por practicidad vamos a nombrar Micaela- se desfigura mientras cuelga el auricular. Deja la taza de café sobre el pad del mouse y respira profundo que antecede a ese ya cotidiano suspiro.
Recuerda esa maravillosa escena de Ser Digno De Ser cuando la madre, en pleno desierto, plano cerradísimo sobre su cara empieza a gritar. Grita. Y sigue gritando mientras la cámara le hace un zoom out desgarrador. Reconoce la distancia entre una madre que ha entregado a su hijo a una mujer desconocida para el resto de su vida en pos de que llegue a Israel haciéndose pasar por judío para sobrevivir y si situación en esa agencia divina en Recoleta.
Pero la realidad es que en su vida, es momento de la mañana es nefasto. Es una nube gris de esas que aparecen en los dibujitos, solo sobre su cabeza.
Y hoy no será la excepción. Esta es la crónica de una baba anunciada.
Se abre, finalmente, la puerta. Entra Luis, con su sweater asqueroso al cuello, que a Micaela le recuerda a personajes de Amigovios o Montaña Rusa. Se acerca, cruza el hall, se detiene ante el escritorio, esperando que Micaela levante la mirada del periódico que lee casi obsesivamente, pero no pasa. Así que recorre el mueble, da la vuelta, se para a su lado, le toca el hombro y acerca su cara.
Su cara, que viene con barba no afeitada por unos días, algo que a Micaela le da ciertamente impresión. Desde hace mucho tiempo que no besa a un chico, menos con esa barba que pincha, que no es sexy, ¡pincha!. Decía que su boca también se acercaba, milímetro que se acerca, milímetros que se abre, para llegar a hacer contacto con la mejilla de nuestra recepcionista cuando ya está la boca semiabierta y, entonces, los labios, horror de horres, están llenos de su saliva, de su baba. Fluidos con los que Micaela no tiene ninguna intención de hacer contacto. Ninguna. La boca se cierra luego de un segundo, dejando rastros de la saliva, de la baba de Luis en la mejilla de Micaela.
El cuerpo del varón se aleja y desanda el camino para perderse en la planta central de la agencia de publicidad.
Micaela pasa la mano por su cara, secándose, tratándo de limpiarse el rastro de ese momento sobrío de su día. Que le va a dejar una sensación de asco durante toda jornada laboral.
Le manda un mensaje de MSN a su mejor amiga que comparte su sensación de asco.
Porque eso es lo que genera: asco. Todas las mañanas, todos los días, de lunes a viernes, a la misma hora, por el mismo canal: asco.

13.4.09

las chicas de flores

Las chicas de Flores,
tienen los ojos dulces,
como las almendras azucaradas
de la Confitería del Molino,
y usan moños de seda
que les liban las nalgas
en un aleteo de mariposa.
Las chicas de Flores,
se pasean tomadas de los brazos,
para transmitirse sus estremecimientos,
y si alguien las mira en las pupilas,
aprietan las piernas,
de miedo de que el sexose les caiga en la vereda.
Al atardecer,
todas ellas cuelgan
sus pechos sin madurar
del ramaje de hierro de los balcones,
para que sus vestidos
se empurpuren al sentirlas desnudas,
y de noche,
a remolque de sus mamás-empavesadas como fragatas-
van a pasearse por la plaza,
para que los hombres
les eyaculen palabras al oído,
y sus pezones fosforescentes,
se enciendan y se apaguen como luciérnagas.
Las chicas de Flores,
viven en la angustia
de que las nalgas se les pudran,
como manzanas que se han dejado pasar,
y el deseo de los hombres las sofoca tanto,
que a veces quisieran desembarazarse
de él como de un corsé,
ya que no tienen el coraje
de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo,
a todos los que pasan por la vereda.


Oliverio Girondo
1922