23.8.07

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Pocas cosas son ciertas en la vida. Pocas cosas valen la pena en la vida.

Mi hermana vale la pena.
Mi happy place vale la pena.
Mirarte a los ojos mientras te emocionás con León Gieco vale la pena.
Leer al Ché vale la pena.
Leer a Benedetti vale la pena.
Cocinar a las 12:30am post recital vale la pena.
Despertarse para leer a Levinas vale la pena.
Aclararte que mi happy place es mío la vale.
Defender mi happy place vale la pena.
Entender que un mundo mejor es posible y necesario (¡y ahora es cuando!) con sólo mirar a mi hermana jugar con un burbujero vale la pena.
Dormir en diagonal y saber que ya es mañana vale la pena.
Brindar a tu salud.
Ser cursi.
Sentirme eterna.
Saberte acá.
Que me ames porque hago declaraciones políticas en un colectivo.
Que seas mi canción preferida, pero infinita.
No muchas otras cosas valen la pena.
Pero estas que sí la valen, se defienden como trincheras, se defienden como un principio, como una bandera, como un derecho. Se defienden hasta de la alegría misma.








feliz como una lombriz
(aunque mi happy place esté a punto de ser trinchera)

5.8.07

La ciencia, ¿es neutral?

Ninguna pensó, esa tarde, que ese domingo iba a ser determinante. Que esos dieciseis fundamentos para su trabajo de campo iban a ser releídos como intentos de justificar lo sobre justificado, de pretender vencer los impulsos y de amparar las pulsiones en la ciencia. Que esa noche que la bardearon tanto iba a ser tan de agenda. Que iban a terminar jugando al cíclope. Que iban a hacerse cosquillas. A dormir abrazadas. A mirarse y sonreir. Que iban a escuchar Ismael Serrano. La verdad es que no lo habían previsto.
Esa noche se miraron, por primera vez, sabiendo que no iba a ser la última. Descubrieron sus espaldas, sus piernas, sus nucas, sus ojos.
Se rieron. De la otra, con la otra, de la situación, del miedo, de la vergüenza. No podían contenerse.
Sabían que la ciencia no es neutral. Que el trabajo de campo es infinito y que las leyes de las ciencias duras no se aplican a los cíclopes.
Sabían que no era menor dormir abrazadas o bersarse a la mañana. Cómo se iban a besar a la mañana: eso era muestra de la no neutralidad de la ciencia.
Lo que había empezado en un bar, como una charla de amigas y más una broma interna (la eterna pelea entre las ciencias duras y las blandas) que una declaración de algo, se había ido convirtiendo, a lo largo de esa noche, en un acto inédito de Lady Macbeth. O un capítulo bizarro de Rayuela.
Estaban cambiando sus roles sociales. Estaban reescribiendo su historia. Confesándose. Abriéndose. Tocándose. Estaban cambiando su historia. Estaban haciendo la revolución. Casi sin saberlo. Casi sin saber a dónde iban ni para qué ni cómo.
Cuando la luz entró por la ventana y les perforó los ojos, supieron que era un camino de ida. Lo supieron en sus ojos, en sus manos, en sus espaldas. Era un camino de ida a Purmamarcas imaginarios, a París con aguaceros y Venecias sin ti.
Ya no importaba el telefóno sonando ni el Swadeshi ni el materialismo ni si socialismo nacional o cuarta internacional ni los iglooes perfumados ni los esténciles contestatarios ni nada. Sólo mirarse y mirarse tratando de descubrirse. Solo y todo eso. Y más.
Después vendrían las peñas y las gelatinas con vodka y los miedos y los jabones neutros (siempre la neutralidad presente) y Amigovios y Física y Química. Pero ese lunes estaba a una eternidad de todo eso.