26.7.06

UIna de aviones y conejos

Laila y su mamá estaban en el aeropuerto a punto de subirse a un avión para ir a ver a la abuela que vivía en Italia. Hernán, el papá abrazó a fuerte a Natalia. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. La nena agarró a su papá por la cintura y miró para arriba: nunca se había dado cuenta de que su papá era tan alto.
-Tomá, Lai, te lo compré para que leas en el viaje –le dijo el papá mientras le daba un libro de tapa dura que sacó del bolso. Estaba lleno de dibujos y letras grandes, rojas. Había un conejo que caminaba por un campo con flores de todos colores. Era el tipo de cuento preferido por Laila.
El papá la alzó y le dio un beso muy fuerte en la mejilla. Se quedó abajo mientras ellas subían por la escalera mecánica. Papá se hacía cada vez más chiquito y Laila se sintió grande, más que grande, gigante.
Natalia sacó un pañuelito de la cartera y se lo pasó por los ojos. No le gustaba irse sin Hernán y menos, viajar en avión. Su hija se dio cuenta y apenas se sentaron, la abrazó.
- Te quiero, mami
- Yo también, hijita. Ahora abrochate el cinturón que estamos por salir.
Una azafata vestida de verde les dijo dónde estaban las salidas de emergencia, los chalecos salvavidas y un montón de cosas que pusieron a Natalia más nerviosa.
- ¿No tenés frío? ¿Querés un poco de jugo?
No, estoy bien. ¿Me das el libro que me regaló papá? –le dijo Laila, que a penas tuvo el libro en la mano lo abrió. Pasaba las hojas despacio, contaba las flores y pasaba un dedo por las letras, uniéndolas para formar palabras: c-o-n-e-j-o.
El avión iba acelerando, cada vez iban más rápido por la pista de despegue y, de golpe, se empezó a inclinar. Laila iba a volar por primera vez. No dejaba de mirar la ventanilla.
- Me quiero bajar –dijo la mamá y se llevó la mano a la boca como si se hubiera asustado por lo que había dicho.
- ¿Por qué? Es lindo el avión. –dijo la nena y siguió mirando por la ventanilla.
Cada vez estaban más alto. Más alto de lo que Laila podía imaginar. Pero, también, estaban más alto de lo que Natalia podía soportar.
A los pocos segundos ya se podían ver las casas chiquititas, las sendas peatonales formando cuadrados con las esquinas, y la gente parecía del tamaño de las hormigas.
- ¡Qué bueno que estoy al lado de la ventanilla! Mirá, má, la gente es rechiquita.
- …
- ¿Me leés el cuento?
- No, hijita, ¿no tenés sueño? –dijo la mamá mientras hacía un nudo con la tira del cinturón de seguridad.
- ¿Qué pasa, mami? ¿Tenés miedo?
- No, no pasa nada. Dormí poco, nada más. No te preocupes.
- Ah, pero tenés la cara de cuando vimos esa peli con el hombre malo
- …
- Sí, ¿no te acordás? Estabas blanquísima, como ahora.
- Bueno, sí, me da un poco de miedo viajar en avión, estamos muy alto. Pero no pasa nada.
Al rato, otra azafata pasó con un carrito con comida. A la nena le dio una hamburguesa con queso y papas fritas. Ella estaba contenta, mamá no la dejaba comer eso casi nunca. Así que su almuerzo, a demás, fue divertido. Jugó con las papas y se puso a pensar si en Italia también comían eso.
Cuando la azafata les sacó las bandejas, Natalia acompañó a Laila al baño. Era mucho más chico que uno común. El lavatorio estaba integrado a la pared, igual que los expendedores de toallas de papel y jabón. La nena estaba encantada, era divertido tener todo así, todo junto y pequeño. Pero a su mamá no le gustaba mucho la idea de estar parada en el avión, así que le dijo que se apurara que a la vuelta iba a haber uno igual a ese, quizá hasta más lindo.
- Ufa, yo me quería hacer dos colitas. Como los conejos.
- Yo te las hago cuando nos sentemos. ¿Dale?
- Bueno, está bien, pero con las gomitas verdes.
Después de la sesión de peluquería, Laila siguió leyendo el cuento. Estaba fascinada con la historia del conejo. Él también iba a ver a su abuela que vivía del otro lado del campo. Era una coneja que hacía panes. Tenía un horno gigante de barro en el patio de la casa. Al conejito le gustaba mucho verla porque siempre le daba algo para probar. Esa vez le daba para probar la torta más rica del mundo: era rosa, de dos pisos, con guirnaldas blancas. Era de bizcochuelo, rellana con mermeladas y crema y frutas frescas. Era la primera vez que el conejo comía algo así, abrazó muy fuerte a su abuela y se fue a jugar con sus primos conejos.
Laila se durmió poco después de terminar de leer el cuento. Soñó con el conejo. Paseaban juntos por el aeropuerto, como si fuera el campo del libro. Natalia no pudo dormir, se quedó mirando la película que pasaban en la pantalla frente al asiento.
Cuando Laila se despertó le preguntó cómo era la casa de la abuela.
- La abuela vive en un lugar que se llama Verona. Es una ciudad muy vieja.
- ¿Más vieja que la abuela?
- Sí, Lai, más vieja todavía. Tiene un jardín con muchas plantas. A veces, las plantas dan frutos y la abuela hace mermeladas.
- ¡Como en el cuento! ¿Me va a hacer una torta con mermelada? –preguntó la nena con una sonrisa gigante.
- Sí, claro.
- ¿Y qué hace la abuela ahí?
- Es cocinera, como yo. Pero no trabaja en un restaurante, sino, en una panadería que tiene en el frente de la casa.
- ¡Como en el cuento! ¡Ay, qué lindo! Seguro que usa dos colitas como yo, para parecerse más a los conejos.
Natalia se rió, ella también. Siguieron casi todo el viaje hablando de Italia y de la abuela. Y, poco a poco, la mamá fue perdiendo el miedo a viajar porque se dio cuenta de la cantidad de cosas lindas que iban a hacer las tres, ella, Laila y la abuela, cuando llegaran a Italia.
Después de contarle cada detalle que recordaba de la casa de la abuela, Natalia se durmió y Laila se quedó mirando la película que daban en la pantalla del asiento y pensando en qué lindo que sería ir con el papá la próxima vez así todos podían comer las tortas de mermelada de la abuela.



















pd: es el primer borrador, pero para eso está el blog

24.7.06

Ella es moderna, ella es perfecta: no sólo teje, borda también.


Esa es la cortina de presentación de Puntos y Puntadas (uno de los clásicos de in-Utilísima).
La conductora, Sra. de Andino (no, no se el nombre) es rubia, alta, flaca, acaba de ser madre y conduce el programa desde hace años y años.

Cada vez que la veo, varias veces por semana debido a mi insomnio, pienso en esa muñequita de Audrey Hepburn que venden en e-Bay.com por varios dólares (algo así como 99, impagable). La actriz en la que se basa la muñeca fue, durante décadas, el modelo de mujer a seguir por todas las adolescentes del mundo occidental desarrollado. Víctima del nazismo en Bruselas, se escapó con su madre a Inglaterra, allí estudió danzas en un internado. Incursionó en el teatro musical. Una noche su novio multimillonario le propuso matrimonio. Se casaron, claro. Ella empezó a actuar en películas. Cuestión que se casó otra vez, hizo clásicos como Weekend in Rome, Sabrina, Breakfast At Tiffany's, War and Peace, tuvo dos hijos, trabajó durante años en Unicef, murió de cáncer de mama en 1993.

Siempre mantuvo un estilo increíble para vestirse, maquillarse, peinarse, moverse, sonreir y hasta fumar. Aprendió a comer cuando protagonizó la versión cinematográfica de la novela corta de Capote. Era una reina en Sabrina.

Lo cierto es que casi nadie puede medir 1,65m, pesar 47 kilos, vestirse tan elegantemente como ella, casarse, tener hijos con un productor de Hollywood, ser una actriz premiada y, encima, ser sujeta política. Las mujeres de in-Utilísima no saben esto o no lo quieren saber o lo que sea. Pero cada vez que escucho esa cortina horrible que dice que "ella es moderna, ella es perfecta: no sólo teje, borda también", me dan ganas de tirarles con un wonderbra o una licuadora o una depiladora por la cabeza a la gente que hizo esa cortina. Lo peor: la chica (dibujada) que cruza la pantalla tiene un tapado como el de la muñeca, pero tiene pelo largo, recogido en una cola de caballo.

No quiero ser una mujer perfecta, quiero ser una chica Almodóvar y eso basta.

23.7.06

Nuevo Blog. Otra vez.



¿Por qué un nuevo Blog? ¿Por qué un Blog si tengo un Flog?
Porque acá van a ir mis cuentos, mis ensayos, mis notas, lo que sea. Una suerte de revista cultural unipersonal y cibernética.

Hoy: Dejó de llover (2003)

Dejó de llover

Son las nueve y cinco de la mañana. Acaba de empezar el primer recreo del día. Me quedo parada en la puerta del curso de Barbi. Sale, con cara de preocupación.
- Tengo que decirte algo –me dice-.
Pero yo ya se qué me va a decir. Si fuera otra persona. O quizá otra situación. Pero no, es Bárbara. Mi amiga. Y me está diciendo que le gusto. No se qué decirle. Se me cae el mundo, de a poco. Veo que en el patio está lloviendo. No va a haber gimnasia, le digo, para tratar de esquivar el tema. Pero no me sale.
Me llega el recuerdo de cuando me lo dijo. Hace 3 meses. Me agarró en el aula, me miró y me dijo que tenía algo para decirme. “Soy bisexual”. Yo no lo podía creer. Se había dado cuenta hacía muy poco. Creo que todavía no lo asumía del todo. Le brillaban los ojos. Yo la miraba con admiración y extrañeza. Sí, la admiro. A los pocos días ya me había acostumbrado.
La situación me está excediendo. Es como si no pudiera responderle. No quiero decirle que no. Pero decirle que sí sería ser bisexual. Y me asusta. Aunque dudo. El sí se me cruza por la cabeza. Pero la miro, la abrazo:
-La verdad es que te quiero demasiado, no soporto la idea de que nuestra amistad termine.
- Sí, está todo bien. Soy una boluda. Mejor me olvido y ya –me dice-.
Aunque en el fondo ella, todos y yo lo sabemos: ninguna de las dos se va a olvidar.
Esto no puede quedar así. Pero ¿qué hago? De algún lugar saco el coraje, le doy la mano, nos metemos en el aula vacía, mientras está tocando el timbre, nos damos un beso.
Dejó de llover.