una espalda
diminuta en
mi cama eterna
otra vez otra
noche
y esa espalda
un grito agudo
casi
imperceptible
los ojos cerrados
de vergüenza
de quinientos años
de catolicismo encima
las manos que se retuercen
buscando un lugar
en mi
pelo
no hay reloj
sólo una ventana
asesina que indica que
nada está
por terminar
sino
empezando
otra vez
cuatro manos
buscándose
aferrándose
las piernas
que se abren y
se juntan
se acarician
se quiebran
y tus ojos
cerrados
que sonrien
con todo el cuerpo
con el mío
en un cuarto
sin relojes
una espalda
diminuta en
mi cama eterna
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