18.12.08

Para la playa me voy

Voy a insistir, una vez más, las veces que sean necesarias: a mí el verano no me gusta.
Yo no quiero una lógica de lo estival. Yo quiero una lógica invernal: colores fríos, azules, violetas (como la segunda parte del maravilloso libro de Puig), verdes incluso, negro, mucho negro y uñas rojas. Tapados, bufandas larguísimas. Medias de colores debajo de las polleras. Cafés gigantes. Sopas humeando en la cocina, con queso rallado. Películas de domingo en la cama. Fiestas que te hacen querer arrancarte la ropa del calor. Noches inmensas con lunas llenas, vientos helados que hacen que no quieras salir de las sábanas y el acolchado y el otro cuerpo a tu lado.

Sin embargo, mañana me voy al mar. A un hermoso bed and breakfast. A comer mejillones. (Sí, hermosa, también vamos a ir al casino -mientras yo lea el librito de Lemebel-). A la presentación del libro del subcomandante insurgente Marcos. A los mimos con las olas de fondo. A las fotos del atardecer. Una vida tranquila, aunque solo sean 48 horas, vale la pena el viaje para respirar profundo, llenarse los pulmones de aire saladito, exhalar y darte un abrazo con las flores rojas haciéndonos cosquillas en la rambla.

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