18.8.09

A.P.

Volver a leer a Pizarnik. Sin llorar. Sin haber llorado. Incluso, casi riéndome.
Aprender a leer con Pizarnik para querer ser ella. Soñar con lilas y soles que se cierran sobre sí mismos y sus sentidos. (Tu voz en este no poder salirse de las cosas) ver caer las piedras turquesas de un collar africano al rededor de la fuente sobre la que está sentada la niña, vestida de negro. La condesa loca la mira desde lo alto del cerro. Y se ríe. Abre la boca y se ríe y llora.
Temerle a ese momento inevitable de la ruptura en el que me abrazo a las obras completas de Pizarnik edición Corregidor, 1991. Me hago una bolita, con las piernas contra el pecho, en una posición fetal perfecta. Las vértebras despegándose unas de otras. Quedarme dormida y despertar empapada de llanto. Salada. Café en bombacha y musculosa en la cocina y Alejandra en la mano. Recordándome que se puede morir de presencias.
Y el subte lleno de gente y resignificar y encontrar un punto de unión entre Alejandra, años 60s en París y Oliverio, años 40s en Flores. Y un celular que no suena. Y una noche que no terminar de irse ni de llegar. Querer esconderme en el lenguaje. A total conciencia de que la lengua natal.
Terminé yo solita lo que nunca había empezado.
Café en bombacha naranja y muscolosa violeta en la cocina, Alejandra mirándome. Una vez más.















(...) apaga el furor de mi cuerpo elemental

A.P.

1 comentario:

media veronica dijo...

y borrar con la mano lo que ayer escribió con el codo...

mientras la rueda termina de girar, y vuelve, claro, al punto de partida