24.4.07

Crónicas urbanas I

nada más ni nada menos que un evento gubernamental. la presentación de un libro sobre el tema más aburrido del mundo, en el lugar más insípido, con la gente más progre se transformó en un pantallazo de algo mucho más real. saludo a gente que no reconozco. escucho que me dicen que estoy regrande. miro a una chica que me suena conocida, que me gusta. escucho música chill out. como salmón ahumado. mi padre agarra el micrófono, habla de la gestión, de las traiciones de personas que queremos y que, en parte, me criaron, habla, también de la necesidad de levantar la vista y mirar los árboles, las mariposas, el cielo de esta ciudad (mal) urbanizada. mi hermanita corre por todos lados y su madre la sigue, resignada, sabiendo que no la va a alcanzar. aplaudo. saludo a mi padre que está nervioso. sabe que no tendría que haber hablado de lo que habló. era barrabrava, me dice, justificándose. un mensaje de texto que me sonroja. sonrío. agarro una copa de champagne. mi padre, en otro vano intento para que deje ser la trosca que ni siquiera soy, me presenta a un tipo que estaba en la sala de espera cuando nací. nos ponemos a hablar. le clavo los ojos en sus pupilas verdes. no dejo de mirarlo. me hace pensar en otros ojos verdes que en quince años, quizá, van a ser así (esperemos). me encanta. me encandila. no le presto atención, le contesto por inercia. hasta que escucho que me propone una reunión con su agrupación universitaria. la gestión. la inercia se va, el encandilamiento pasa, mis ojos se centran en otro punto y pienso una respuesta no demasiado grosera, no demasiado anti progre, no demiasado trosca. le hablo de la necesidad de amplitud de pensamiento y de otra forma de hacer política. hablamos de los troscos, de cómo construir sin enfrentarlos, de porqué reflexionar sobre la praxis (y la palabra no deja de generarme carcajadas internas) autonomista. ya no se de qué estamos hablando. creo que, si no huyo pronto, termino en un telo. y me lleva 18 años. mejor no. ¿no? no. bajo la mirada, buscando algún punto de apoyo (moral) y veo a mi hermanita revolcándose con el vestido nuevo sobre la alfombra del salón que, al fin y al cabo, es una oficina pública. tengo mi excusa para salir de ahí. le doy mi copa al dueño de los ojos verdes. me agacho de la forma menos ridícula posible, alzo a la nena. lo miro y le sonrío con toda la cara. recordándole que es mi hermanita, que yo no tengo edad para tener hijos ni para acostarme con él. más bien, me lo recuerdo a mi misma. él me dice que le de mi mail. no lo pienso un segundo. saca su palm. pienso que debe tener miles de números y miles de direcciones de mail de mujeres hermosas, con arrugas en los párpados, pero hermosas. le dicto. sin sonreir, doy media vuelta y le pido que le avise a mi viejo que estoy abajo. no puedo evitar pensar en irme con el dueño de los ojos verdes. miro a mi hermanita. miro a mi padre que sale del edificio, que viene a buscarme. otro mensaje de texto. peor. mucho peor. ahora siento culpa por mis propios pensamientos. ojalá fuera tan fácil (sentir culpa). nos estamos yendo. subo a agarrar mis cosas. saludo al dueño de los ojos verdes. siento el perfume de armani. cierro los ojos. me separo. los abro. le sonrío. me sonríe. respiro. y otra vez, la tentación, la culpa, la carcajada interna.

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